viernes, 23 de noviembre de 2012

Dulces Mentiras




Aquella noche a finales de noviembre me encontraba bastante nerviosa, era la primera vez que mi padre llegaba tarde a una cena de la universidad, y sobretodo a una tan importante como esta; El príncipe Lucanor Giovanni acababa de volver junto al Prof. Cedric Adams de un viaje que emprendieron hace un mes en busca de unas ruinas. Tampoco es que me interesara tanto el asunto...

Me encontraba sumida en mis pensamientos mirando por la ventana, hacía una noche preciosa, pero las puertas de la sala se abrieron y apareció el conserje con una carta alegando que la han dejado sobre su mesa, aunque no vio quién; La carta iba dirigida a mi, la abrí y leí sin poder creer lo que veían mis ojos.

Cerré la carta de golpe, no quería que nadie más leyera una sola palabra, aunque el remolino de gente que se formó a mi alrededor me indicaba lo contrario, los que estuvieron detrás mía trataban de no expresar nada, pero su actitud les delataba.

De repente, escuchamos a una chica gritar desde las habitaciones, encontraron el cadáver de mi padre, no me dejaron verlo, simplemente me ordenaron meterme en un carro que ya estaba esperándome en la puerta y nos dirigimos a toda velocidad a la casa de Cedric, pasé la noche en el cuarto de invitados, no quería cenar, tampoco hablé con nadie, no recuerdo ni quién vino exactamente a visitarme, escuché la voz de la rectora Kappel, noté la manaza de Ángelo sobre mi hombro con gran pesar, escuché los tacones de Cordelia, y muchos intentos de Cedric por obtener una respuesta mía, aunque solo fuera asentir o negar.

Al día siguiente enterraron a mi padre, Edward Nordin. Cedric me acompañó todo el rato, al fin y al cabo era su mejor amigo. A la noche le pedí a Cedric que me dejara dar un paseo hasta la universidad, de camino cogería mis cosas, pero no le confesé que no pensaba volver... Fui hasta el puerto no había nadie, sólo un barco sin nombre. El capitán me miró y me hizo señas de que me acercara, me dijo que partían ya, que subiera, y que no tenía que pagar nada, cuando zarpamos miré a Lucrecio por ultima vez y vi una figura encapuchada mirándome, con una dulce voz me dijo:

"Te estaré esperando"

Cuando llegamos, en cuanto bajé del barco, zarpó en dirección opuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario